jueves, 29 de mayo de 2008

Reflexión en sueños

El cielo esperaba. Mientras las nubes le abrían el paso, él se regocijaba pensando en lo felices que estarían los humanos de verle. Cuando tuvo suficiente visión, observó rápidamente lo que había bajo suyo y se sorprendió sobremanera. Todo era fuego y cenizas y ciudades calcinadas y ennegrecidas y campos de flores negras, de luto por la muerte de un mundo. Y el cielo lloró.

Pequeñas gotas comenzaron a caer sobre su rostro, y lo sacaron del sueño. Se levantó lentamente y observó a la tortuga que yacía junto a él. Aquella criatura era todo lo que él era. Lenta, pausada, su hogar estaba con él, era él. Pertenecía al camino. Ambos eran viajeros, sin rumbo, ambos eran tristes y melancólicos y ambos cargaban un peso sobre sus espaldas. El peso de la envidia. Por aquella gente que podía asentarse, formarse, vivir en paz. Ambos sabían que su sueño nunca se cumpliría. El hombre se levantó, escogió una dirección y se alejó, solo, a paso pesado.

Ella se despertó sobresaltada. Agitadamente se dirigió hacia el lavamanos. Se lavó la cara, para despertarse, para olvidar su sueño. Pero la imagen de aquel hombre, de aquel hombre libre, no quería dejar su memoria. “Estoy atrasada” pensó. Se duchó rápidamente y se vistió, mientras pensaba en lo atrapada que se sentía. Necesitaba unas vacaciones. Quizás salir al campo, pasear, olvidar, sin rumbo, algún día. Pero no aquel día. Salió con un portazo.

El cielo despertó, y miró agitadamente a su alrededor. El mundo estaba en calma. “Fue solo una pesadilla”, pensó. “Solo un sueño”.

Cambio

La piedra está limpia y seca, sentada, esperando. El cielo se despierta, enojado. Su café no tiene suficiente azúcar. Grita, ruge y llora. Se desquita con la Tierra. La piedra se moja, se junta con ésta, se ensucia, se embarra. Luego el barro es barrido por la lluvia. Al día siguiente, la piedra está de nuevo limpia y seca. Pero la piedra sabe que nunca volverá a estar limpia y seca. No como antes. Este fenómeno se repite todos los días de lluvia.

Prisión

Cuando los primeros rayos del sol acariciaron el verdor de sus vestiduras, el mundo se levantó, Las plantas sonrieron y las flores si miraron unas a otras, admirando y repartiendo su magia. Hombres vestidos también de verde se dispersaban por el hermoso prado, riendo, hablando. Dino abrió su corazón al mundo, parado, de brazos abiertos, para recibir un enorme disparo de piedad. De pronto, comenzó a sentir realmente su cuerpo. “Esto no es un sueño”, se dijo. “Esto es el mundo real”. Se daba cuenta de que estaba en la transición para despertarse, pero no lo quería aceptar. “No te muevas”, pensó. “Si te mueves, te despiertas”. Pero el sueño era tan hermoso, el prado tan perfecto, que se vio obligado a alargar un brazo, a intentar tocar la inmensidad. Un hombre, adormilado, en una celda, movió un brazo.

Dino se levantó. Las lágrimas le corrían a torrentes por las mejillas. Observó su celda, su prisión. Lo hacía sentirse como un animal. Se preguntó qué azares le habían llevado a ese horrendo lugar. Solo estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. El mundo es cruel. Se paró lentamente, ayudándose con sus manos. El suelo estaba húmedo y frío: era de piedra.

Recordaba… Cuando llegó allí, todo eran pesadillas. La fiebre le ganaba y se pasaba las noches sin poder dormir, por miedo a lo que su perturbado subconsciente guardara para él; y desde que se había resignado a su realidad… Los sueños hermosos. Ya no podía decir cuales de los dos eran peores. Probablemente la frustración, aunque un hombre suele mirar un presente miserable como peor que un pasado miserable. Sin esperanza el ser humano no funciona. Dino definitivamente no funcionaba. Resignado, cayó de nuevo al suelo, sollozando.

Tino despertó lentamente en su canasta. Se sacudió para quitarse la modorra. El gato se levantó. “Qué horrible pesadilla”, se dijo, y se dirigió hacia la puerta. Sus amos lo llamaban.

“No soy un prisionero”, pensó, para tranquilizarse. Era un gato feliz, y pensaba seguir siéndolo.

jueves, 22 de mayo de 2008

Querida, encogí a los niños

No se sabe exactamente qué ocurrió ni por qué. Yo estuve ahí y puedo contarles lo que vi, pero analizando a fondo mi experiencia bien pude haberme vuelto loco y haberlo imaginado todo. Con estas cosas nunca se sabe, supongo.

El primer indicio de que algo extraño estaba ocurriendo fue que el joven Ian, de la habitación seiscientos ocho se encontrara muerto, ahogado en su bañera. Ya que no tenía marcas de ningún tipo se le adjudicó la muerte al suicidio, conclusión que fue apoyada por su fama de depresivo y antisocial. Yo mismo fui a inspeccionar el baño donde ocurrió la muerte y no noté nada anormal. Cuando mi compañero de cuarto se fue de intercambio Prusia, me transfirieron al seiscientos ocho, con un chico nuevo llamado Paul. Paul era un fanático de las historias de detectives y me propuso averiguar qué había ocurrido realmente al joven Ian. Yo, en mi ingenuidad juvenil lo consideré una distracción interesante y comenzamos a hurgar por la habitación en busca de pistas.

Esto me lleva a aquella tarde de abril en que Paul encontró las manchas. En el cable de la ducha teléfono del baño, casi al llegar a las manecillas, había algún tipo de sustancia viscosa transparente, parecida a un gel para cabello, esparcida en pequeñas cantidades. Hasta entonces no nos habíamos puesto a tocar el cable y supusimos que el agua no afectaba las manchas (para nosotros siempre fue obvio que pertenecían a la tarde del crimen). Esa noche apareció muerto el joven Brick, en la habitación contigua, con el cráneo aplastado y su interior esparcido por la aterciopelada alfombra. La misma noche en que no pude dormir debido a extraños mugidos que se escuchaban y que al parecer provenían de la susodicha habitación.

Debido a lo horrendo de la escena, la Institución no nos dejó examinar el cadáver, aunque explicamos nuestros ingenuos propósitos. Ese catorce de abril por la tarde planeamos cómo entrar a la habitación sin ser vistos, concluyendo finalmente que la manera más fácil era saliendo sigilosamente por la puerta y entrando en la habitación de Brick, de noche, cuando todos durmieran. Y fue fácil. Habiendo entrado ya en la habitación seiscientos nueve, nuestras miradas espantadas se cruzaron. Luego de murmurar sobre lo horrible del asunto, y de quejarnos por las arcadas, nos pusimos a observar detenidamente el lugar. Esta vez era muy distinta de la anterior. Todos los muebles de la pieza estaban esparcidos en ésta, como lanzados por una fuerza espantosa y sobrehumana. Y justo al medio de la habitación había un espacio libre de caos, donde incluso la alfombra había sido arrancada, como si el perpetrador hubiera querido que la máxima pureza rodeara la muerte. Y ahí, en el suelo limpio y lustroso, se encontraba Brick. Sostenía en su mano derecha un mapa del río Mississipi, y, viendo lo absurdo de la situación se lo arrancamos de las manos para leerlo. Por alguna razón la Institución no había reparado en el mapa, y supongo que se debió a su negligencia. Observé que sobre el mapa descolorido alguien había garrapateado, con horrenda letra, un nombre. “Brick Thickasa”, con una enorme cruz tachándolo. Me pregunté dónde lo habría conseguido segundos antes de morir. Le mostré el nombre a Paul y se extrañó bastante, pero le restó importancia.

Nos separamos para inspeccionar la habitación, y me entretuve mirando debajo de las camas y de los muebles rotos. Luego de un rato, entré al baño, y observé sorprendido que la tina de Brick estaba llena de leche. ¿Qué clase de monstruo podría haber hecho aquello? Escuché a Paul gritar de horror, y salí corriendo del baño. Ahí estaba él, y ahí estaba también, al parecer recién caído del techo, un mapa de Wisconsin. El espanto recorrió toda mi espalda en un escalofrío, y pude leer lo que había escrito en el mapa.

“Paul Mcartney”. Con una enorme cruz sobre el nombre. Estaba paralizado. Lágrimas habían empezado a salir a torrentes por los ojos de Paul, hasta que no pudo sostenerse y cayó al suelo. Lenta, muy lentamente, levanté mi cuello, lleno de miedo, mirando hacia el techo. Y ahí estaba.

Sobre nosotros había un enorme bovino, negro en su totalidad de piel, con los ojos rojo sangre. Tenía un antifaz en el rostro, como si no quisiera ser reconocido, y de su boca salía espuma verde a borbotones, que limpiaba periódicamente con un pañuelo de lino blanco. Mis piernas temblaban demasiado como para mantenerme en pie, y caí al suelo (me parece que también gritaba y chillaba como un loco (lo que probablemente sí era)).

En mi miedo me había olvidado de Paul, quien corrió hacia la puerta e intentó abrirla con todas sus fuerzas, pero no hubo caso. Estaba cerrada. Se dio vuelta gritando “¡yo no tuve la culpa! Yo no fui, de verdad, todo fue cosa de Brick, por favor, ¡déjame en paz!”

El bovino se dirigió hacia él, y gritó con una voz profunda y potente “NOMBRE”. Brick chilló. “NOMBRE”. Tomó a Brick por el cuello de la chaqueta y le destrozó la espalda contra la muralla. “NOMBRE”. Brick, con el rostro lleno de terror masculló algo que apenas pude oír, pero que al parecer fue “Abraham Lincoln” (quien murió aplastado unas semanas después, en circunstancias parecidas a las de Brick). El bovino tomó a Paul, y lo lanzó contra la ventana. El cuerpo ya inerte de este rompió el vidrio y salió disparado, cayendo desde un sexto piso. El bovino retrocedió, lanzó una especie de piedra con fuerza hacia el suelo y desapareció en una voluta de humo.

Yo me quedé ahí, pasmado, y solo me pude levantar dentro de unas horas. Es una experiencia extraña, yo lo sé, y para mi cada vez adquiere un carácter de sueño más marcado. Pero lo que vi fue tan real, tan convincente, y asimismo lo que ocurrió después, que me quitó el buen sueño por un buen puñado de meses. Ahora, en rehabilitación, he podido ir desentrañando el asunto, y aunque tengo un carácter recluido y extraño, según el resto, he ido sanando viejas heridas. Al final, por lo demás, parece que las manchas en la tina realmente eran gel para el cabello.


FIN.

Sueño

Cuando el sol se puso en la colina, los Habitantes despertaron y se levantaron lentamente, como cargando un peso adicional a su cuerpo, que representaba los males que los aquejaban.

Donald estaba sentado en una piedra cuando un Habitante se le acercó:

-Cómo estás, joputa.

-Mal, por supuesto. No puedo creer que no se den cuenta.

-Siempre ha sido así, hijo.

-Hmmm… Puede ser.

Hablar con Simple siempre le había ayudado, pero esta vez no.

-¿Sabes algo? Eres un imbécil. Todos ustedes lo son.

-Lo sé.

-Me voy, no lo soporto más.

-Lo sé.

-Por supuesto que lo sabes, acabo de decírtelo.

-Lo sé.

-Mierda – murmuró Donald, haciendo un ademán de resignación. Se alejó por la callejuela más cercana a Simple, que se había quedado jugando al “gato” con un portero. Cuando se encontró con el Profesor de Gimnasia, este le dijo:

-Señor Duck, no tiene permiso para irse.

-Lo sé.

-Genial. – El Profesor se curvó el bigote y se alejó tarareando una melodía horrenda y disonante.

Cuando Donald llegó al borde, el corazón se le oprimió, pero superó el miedo y siguió adelante, cruzando la línea de la pobreza. Los pensamientos que cruzaban su cabeza eran confusos, ya que se encontraba en un sopor poderoso y desconocido. Sentía que hacía lo que debía, no sabía por qué. Cuando se trata de escapar de sociedades bizarras e inexplicables, a veces nuestro corazón nos puede servir mejor que nuestro cerebro. Aunque sólo a veces.

Al otro lado de la línea había un enorme campo abierto y vacío, excepto por una banca. Como sería de esperarse, Donald se sentó y esperó. Al poco rato se divisó en el horizonte a un ancianato, que se acercó lentamente y se sentó junto a él. Se arregló el sombrero en ademán triste y dijo:

-Cómo estás, ñato.

-Los ancianatos no hablan – le respondió Donald.

-Eso te dice tu cabeza, pero ¿no ves cómo destrozo esa tesis sin más argumento que existir?

-Esto es extraño.

-Sin duda lo es, chiquillo. Somos personajes sin definición y sin rumbo, creados por un autor perturbado y enfermo. Ni él ni nosotros sabemos a dónde nos llevará todo esto, quizás a nuestra muerte.

-Definitivamente no quiero morir.

-Ninguno de nosotros, todos estamos a gusto con nuestra existencia.

-Nunca digas nunca.

El ancianato era extraño, sin duda, pero sabio. De pronto ya no estaba ahí y dejó a su paso el olor de seres humanos en descomposición. Donald sentía como si ese apesadumbrado personaje purgara sus penas, las que había adquirido con aquellos extraños seres. Entonces se levantó y andó, y también anduvo, sin rumbo, casi sin conciencia, por veinte días y veinte noches. De a poco comenzó a sentir que no estaba solo. Sospechaba que lo seguían sombras misteriosas, que observaban cada paso suyo “como si de un animal se tratara”, pensó. De pronto se detuvo, y pensó más. “Pero sí soy un animal”. Miró su cola escamosa y sus garras y el hocico largo y las piernas gordas y cortas y se sintió un cocodrilo y fue un cocodrilo. “Es difícil pensar siendo un animal”, pensó. ¿Pero cómo podía estar pensando si era un animal? La respuesta no se hizo esperar.

Donald despertó lentamente, primero, y después también. Se sentó, y miró a su alrededor. No era más que un Habitante más. Una lágrima resbaló lentamente por su mejilla.

El cocodrilo, el sueño, nunca sería olvidado.

FIN.



Mafia

1.

Vientos huracanados sombreaban el borde perfilado del pronunciado acantilado. John Wayne doblaba la esquina de su casa mientras todo sucedía. Los comandos desaparecieron en las sombras antes de que pudiera percatarse de su presencia. Pero cuando entró a su casa, y vio el desorden que habían dejado, no pudo hacer más que gritar. Estaba pasmado, shockeado. Le habían dicho que no se atreverían. Le habían asegurado que no se iban a acercar a su propiedad. Los tenían comprados. A todos. El miedo y el dinero los mantenían a raya. O eso creía, hasta ese día. Los detendría. Estaba indignado, y todos morirían. Cuando Wayne se enojaba, sin duda rodaban cabezas. Y definitivamente, la primera cabeza sería la del Jefe.

Una pieza, de murallas amarillas. Es solo una pieza. Hay cómodos sillones, una cama, unos cuadros, un televisor, un cuerpo, una pistola. Solo una pieza. El muerto es Reed. Se pasó de listo con el primo de Balthorf y lo eliminaron. Pobre ingenuo. Obviamente, no tenía idea de cómo funcionan las cosas en el pueblo. La puerta se abre, entran dos matones. Cada uno con un refresco en la mano, uno, el más corpulento, lleva una gorra.

-Hey, Reed, ¿dónde diablos guardas la comida? Ah, cierto. Estás muerto, te matamos. ¿Qué se siente estar muerto? Hace gracia, ¿no? Un descarado trata de seducir a tu mujer en un restaurant, y faltó sólo que no supieras quién era, que lo insultaras, para que te matáramos. La vida no es fácil, no señor, y en este pueblo aprendes las reglas primero y actúas después.

-Cállate de una vez, Don, y quítate esa estúpida gorra.

-No te atrevas a insultar a mi gorra, Mike, ya sabes cómo funciona. No te metas con mi gorra.

-Está bien, lo siento. Me alteré, ya sabes cómo es esto. Creo que deberíamos reportar el éxito de la misión. Usa su teléfono, no creo que lo vuelva a necesitar.

-Qué ingenioso, ¿verdad Reed? No lo volverás a necesitar. No lo creo. ¿Aló? Si, jefe, todo bien, ya está muerto. Bien, lo veremos luego. Adiós.

De la casa de Reed salían dos sombras oscuras, se encaminaban hacia un auto. Suben. Al momento de prender el motor, el auto vuela en mil pedazos.

Un hombre sentado en un parque, lee el periódico. Lleva un abrigo largo, un sombrero de copa. A su lado se sienta un anciano, con un mendrugo de pan entre los dedos. Da de comer a las palomas. El hombre se inclina, susurra al oído del anciano, y su cara se tensa de inmediato. Se para, tambaleante, y se aleja, nerviosa y rápidamente. En el espacio dejado en la banca (sí, el hombre está sentado en una banca), se sienta otro hombre vestido de blanco.

-Te esperaba.

-Sé que lo hacías. He estado por aquí, observándote. Te vi echar a ese pobre anciano. Debería darte vergüenza.

-Nunca dejas de hacer chistes, ¿no es así? No importa, vamos a lo nuestro.

-¿Qué tienes para mi?

-Ah, es solo un pequeño objeto de interés. No creas que no me costó conseguirlo. Ese tipo, ese comerciante ucraniano, o algo, era un hueso duro de roer. Hasta que no le mostré partes arrancadas de su cuerpo no me quiso dar la información. Pero nos dijo donde estaba. De cualquier manera, aquí lo tienes.

El hombre vestido de negro alargó una envoltura al otro. Este la abrió levemente, miró en su interior, y sonrió.

-Se ve tan insignificante… ¿Es realmente tan importante?

-¿Qué te hace pensar que es importante? Fue difícil, sí, pero lo fue porque así lo quisimos. Sino no tendría gracia. Nunca ha tenido gracia comprar un perro, menos uno tan fino. Tiene más magia si lo tomas por la fuerza, más aún si amputas unos cuantos miembros.

El hombre de blanco sonrió. Por eso le gustaba su acompañante. Nunca fue capaz de medirse. Era el hombre más morboso que hubiera visto alguna vez. Por eso le gustaba.

-Bien, recibirás tu paga según lo programado.

-Me parece. Tengo que irme ahora, me espera alguna chica en algún callejón oscuro.

El sol estaba a la mitad de su camino en el cielo cuando el hombre del abrigo largo se levantó del banco del parque y se alejó a paso lento. El que se quedó sentado apenas podía contener la dicha. El Jefe estaría muy contento, tanto que quizás le premiaría, quizás le dejaría encapricharse con una de sus criadas. Aún así, no entendía por qué tanto alboroto por un perro. Ni siquiera era uno tan bonito.

Un hombre sentado en el parque lee el periódico. Hay una envoltura junto a él. Una envoltura que se mueve. La gente que pasa se pregunta qué habrá adentro.

2.

-¿Conque un perro? Qué estará tramando el maldito de Wayne…

-Pero jefe, ¿no teníamos un trato con él?

-Sí, teníamos, pero registramos su casa, ¿recuerdas? Obviamente, teníamos que hacerlo, pero él no entiende a razones. Tengo que protegerme lo mejor que pueda, o sé que acabará conmigo. Y hasta ahora todo lo que entiendo es un perro.

-Yo que usted lo mando a matar. Todavía están los Carl, ¿no?

-Los Carl ya partieron, con lo de Reed. Teníamos que borrar la evidencia. Contrario a lo que se pensaría, Reed era de los peligrosos. Gracias a Dios mi primo me dio una excusa.

-¿Quiere decir que todos nuestros matones han muerto en trabajos importantes? ¿Que usted los ha matado para que no hablaran?

-Creo que vas entendiendo como funciona esto, querido Jeffrey. Y, para que lo entiendas mejor…

Balthorf enciende la luz, y él y su sobrino salen de la oscuridad. Estaban sentados en una larga mesa, de unos diez o doce asientos, todos ocupados. En una esquina estaba el jefe, y en la otra Jeffrey.

-Me gustaría, sobrino, que te fijaras en la condición de nuestros invitados.

El sudor frío recorría la cara de Jeffrey. Le habían dicho que su tío era enfermo, pero esto… Esto era demasiado.

-Es… están… mu… muertos…- Tartamudeó.

-¿Hace gracia, no? Así funcionan las cosas por aquí. Necesitábamos borrar la evidencia de las muertes, aunque supongo que esto de los asesinatos se salió de control. Tenemos nueve muertos de nuestro bando, solo por desconfianza. Definitivamente, hace gracia. Pero créeme, esto no es todo.

Se levantó, y fue hacia un minibar cercano. El sobrino no podía concebir que su tío se pusiera a comer ahí, rodeado de cuerpos en descomposición. Y eso era precisamente lo que éste tenía en mente.

-Aquí dentro está mi colección. Verás, siempre sentí una debilidad por los ojos de la gente.

Jeffrey había llegado al límite. Ver a su tío, que siempre había sido tan bueno con él, tornarse en la mente psicópata y enferma que era ahora, rodeado de los cuerpos de sus súbditos, le estaba volviendo loco. Pero verlo acercar el ojo de una de sus víctimas hacia su boca, verlo morderlo y saborearlo, fue algo que no pudo soportar. Su mano se movió inmediatamente hacia la pistola. Le vació el cargador en la cara, y su tío terminó irreconocible.

-¿¡Qué mierda pasa!?- Entraron corriendo a la sala un puñado de hombres. Jeffrey los reconoció. Eran los tipos que se habían metido en la casa de Wayne. Miraron a su jefe muerto y se sorprendieron, pero viendo el resto de la sala entendieron.

-¿Te dio una de sus demostraciones enfermas, no? Te apuesto que hasta hizo eso de comerse el ojo en frente tuyo…- dijo uno de los hombres.

-Imbécil- dijo otro. Tomó uno de los ojos. –Son de mazapán, idiota. Tu tío te estaba jugando una broma. Y lo has matado.

Los hombres sacaron sus pistolas, y apuntaron a Jeffrey. Detrás de ellos se escuchó un ladrido. Entró un pequeño perro corriendo.

-¡Francis!- Dijo Jeffrey – ¡pensé que te había perdido!

Aunque no era exactamente el mismo Francis. Asumiremos como obvio que el anterior no tenía explosivos en el estómago. Explosivos que el mismo Wayne había puesto ahí, y que detonaba en ese momento.

FIN.

jueves, 1 de mayo de 2008

Humanidad


Si intentáramos describir a Z, lo primero que saltaría a la luz lo suficiente como para mencionarlo serían sus contornos claramente definidos. Luego, probablemente pensaríamos que hemos perdido la capacidad de ver en colores, pensamiento que, con una ojeada a su alrededor, sería reemplazado por uno mucho más simple: Z no está pintado. Y esto nos llevaría a una conclusión, quizás la que más nos acercaría a una descripción adecuada: Z es un dibujo. Esto, en un principio, parece muy extraño, pero pensando en seguida que vive en un mundo de dibujos, podríamos comenzar a asimilar la idea.

El mundo de los dibujos es un lugar sumamente interesante, y cuna de la triste infancia de Z. Cuando pequeño fue a la escuela local de dibujo, donde intentó aprender a dibujarse a sí mismo y a sus compañeros, en caso de emergencia. Adquirió el ojo de todo dibujo, esa mirada fija, calculadora, que da la impresión de poder captar cualquier imagen, y aprendió a captar cualquier imagen en un abrir y cerrar de ojos. Y dado que los dibujos no cierran sus párpados, esto se transformó en un período de tiempo infinito. Z, a diferencia de sus compañeros, nunca fue capaz de aprender a captar rápidamente una imagen, lo suficiente como para poder dibujarla luego. Esto le creó complicaciones de pequeño, pero nada comparado con las risas de sus compañeros respecto de su extraña manía por dibujar cosas que no existen. No entendían éstos el talento que tenían delante de sus narices, un talento sin precedentes. Y sin duda no se dieron cuenta jamás de que estaba allí. Como todo el mundo de los dibujos.

Z creció junto a su único amigo, Calvin Klein, la única persona dentro de su clase que se maravillaba por los dibujos extraños que él hacía lo suficiente como para mantener la boca cerrada. La compañía de Calvin ayudó, con los años, a que Z desarrollara una impermeabilidad respecto de las bromas de sus compañeros, que poco a poco, sin lograr reacción alguna en su víctima, fueron dejándolo en paz, aunque apartado. Z nunca se interesó realmente por sus compañeros. Solía pasar las tardes solo, junto a un sauce dibujado al estilo hiperrealista, en el que apoyaba su espalda mientras garabateaba en su libreta. Corrían rumores de que su mente no era como las normales, que estaba pensada para algo grande, y que por eso se pasaba todo el tiempo ahí, reflexionando. Un día Z no acudió a clases, y desde entonces nunca más se le vio por las aulas. Se quedaba en el sauce, pensando y dibujando, y Calvin lo visitaba de vez en cuando. Era un dibujo sumamente profundo, a pesar de tener la forma del Pato Lucas muy poco parecido al original con una trompa de elefante en vez de pico, y era amigo de Z por curiosidad. Dedicaba su vida entera a averiguar qué lo hacía tan extraño, y hasta ahora todas las conclusiones que podía sacar indicaban que estaba loco. Pero no se daba por vencido.

Cuando Z cumplió 20 años en la cronología de su mundo (cronología que no tiene relación posible con nuestra contabilidad del tiempo), decidió que estaba listo. Dejó el sauce y llevo su obra a una cabaña abandonada lejana a la ciudad, donde comenzó a practicar con el aire. Calvin le enviaba una carta todos los meses y él le devolvía una de sus creaciones. Z estaba realmente impresionado con los resultados, y convencido de que su plan funcionaría. Estuvo así por diez años más, encerrado, apartado, dibujando, hasta que decidió salir a la calle. Caminó por las aceras cambiantes, ignoró a un juglar que mendigaba insertado en un tubo de PVC, miró el cielo estrellado mientras lo atravesaban máquinas voladoras imposibles, y se detuvo en la Plaza. Y en el lugar donde todos los dibujos se juntaban a pasar el rato, se puso a gritar por atención. Era la primera vez que hablaba en diez años, y el sonido de su voz lo reconfortó. Se sintió poderoso, y la inseguridad desapareció. Comenzaron a congregarse alrededor suyo los dibujos cercanos. Había por ahí un hombre extraño, surrealista, con una nariz que parecía un acantilado y con el cuerpo deformado y sostenido por mondadientes. Había dibujos infantiles, ingenuos y estereotipados, ninfas hermosas de atributos exagerados, ogros de varias cabezas, mujeres gordas posando, y un anciano pequeño y arrugado que gritaba estridentemente, y que parecía curvar el espacio a su alrededor. Y cada vez mas dibujos se acercaban. Y Z habló, y esto fue lo que dijo:

“Hermanos y hermanas de nuestro mundo. Por mucho tiempo he reflexionado sobre nuestra situación extraña. Los sueños que me acosan desde niño muestran un mundo en que los dibujos somos esclavos de la imaginación de extraños seres, que no puedo entender. Muestra como ellos nos crean según sus designios y luego nos desechan, en un mundo en el que nuestra única utilidad es ser observados”.

El público prorrumpió en risas y el estómago de Z se sacudió fuertemente. Esto no estaba planeado…

“Tranquilos, hermanos. No estoy bromeando, este es un tema muy serio que nos concierne a todos. Si se me permite seguir hablando…” Se hizo el silencio: “Les cuento todo esto porque he llegado a una solución definitiva. Demasiado tiempo llevamos siendo esclavos. Es hora de nuestra aniquilación total. ¡Así, los seres extraños no podrán utilizarnos!”

Los ojos de Z dejaron de ser como los del resto. Se enrojecieron y dejaron el plano de los dibujos, convirtiéndose en ojos humanos. Y Z comenzó a dejar de ser un dibujo. Lentamente se convertía en un ser humano, mientras reía histéricamente. Los dibujos exclamaron y retrocedieron, espantados, mientras Z sacaba un plumón de su bolsillo y comenzaba a dibujar algo en el aire. “¡Esta creación los destruirá a todos!”.

Todos los dibujos giraron sus cabezas intentando no ver al monstruo, y cuando Z terminó, nadie se dio cuenta, puesto que él seguía riendo y la aniquilación total no parecía llegar aún. Luego de un buen rato, los dibujos comenzaron a mirar a Z y a su creación, como diciendo “bueno, ¿y?”, y la mayoría comenzó a reir. Suspendido en el aire había un desorden de rayones incoherentes, inmóviles, que pronto cayeron al suelo. Y Z entendió que poseer creatividad no hacía la diferencia si no la convertía en algo realmente peligroso. Y el pueblo de dibujos, furioso por la injuria, se lanzó sobre Z y lo devoró, humano y tal cual era.

Al día siguiente en el mundo de los dibujos todo fue como si nada hubiera ocurrido, y ni una sola lágrima se derramó por Z, mártir incomprendido.

FIN.